He perdido la cuenta de las muchas veces que la mano de mi hija ha apretado la mía en nuestra entrada a la mansión Brown. Nuestra primera caminata por su interior tenía a Sara mirando de lado a lado impactada por lo que observaba, no la culpaba, esta casa era extravagante e impresionante. Las primeras veces que Leonor me invitó a su hogar, no paraba de pensar en lo mucho que se asemejaba a los palacios por dentro. No podía creer que alguien como yo, pudiese visitar un lugar así cuando quisiera. Para finalizar mi fantasía ilusa, que el palacio tuviese a su propio príncipe, Leonel, era todo lo que una ingenua como yo soñaba. En este presente, siendo obligada a volver a este lugar de viejos recuerdos, ya ha dejado de parecerme un palacio, me parece más bien esas casas lúgubres embrujadas o dignas de alguna escena de crimen. Y el que fue mi príncipe alguna vez, ese que estamos siguiendo, se asemeja más a un carcelero. Nuestra procesión termina, puesto que Leonel se detiene en una de las
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