—¿Tienes todo para quedarte esta noche en casa de la tía Clarisse? —Galen le preguntó a su hijo.—¡Sí! Y el Sr. Saltos también está listo —expresó, sujetando a un sapo de peluche entre sus brazos.—¡Excelente! Quiero que los dos se comporten hoy. Sean buenos en casa de Clarisse, nada de golosinas después de la cena y a dormir temprano para que vayan a clases mañana. ¿Les ha quedado claro, jovencitos? —musitó el rubio.—¡Sí, papi! —dijo, felizmente el niño—. Seremos buenos, ¿verdad, Sr. Saltos? Sí, muy bueno, papá —fingió una voz más gruesa que hizo reír a Galen.—Bien, trae tu mochila que la tía Clarisse te está esperando —señaló y el niño cogió sus cosas para luego ir corriendo hacia la sala—. ¡Espera, no corras, Canguro!—¡Tía Clarisse! —gritó y saltó a sus brazos con una enorme sonrisa.—¿Emocionado por quedarte esta noche conmigo?—Ajá, porque papi saldrá con su novia.—¡No es mi novia, Pat! —se quejó Galen entre risas.—Eso cree él —el niño le susurró a la pelinegra.—Estoy de ac
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