Ana sintió el frío metal del arma contra su cien y el cuerpo se le llenó de adrenalina. Frente a ella Maxwell estaba sangrando de un hombro y le apuntaba, pero Albán estaba tras ella, era imposible que pudiera apuntarle. — Si no es para mí no es para nadie — repitió el policía y Ana cerró los ojos, ¿Así sería el fin de su vida? Muerta por el hombre que creyó haber amado alguna vez frene al hombre que sí amaba en realidad. Abrió los ojos, todo parecía estar sucediendo en cámara lenta y cundo vio en la expresión de Maxwell ese terror mesclado con miedo y rabia se sintió terriblemente culpable, ella le había traído dolor a su vida y no se perdonaría por eso. — Lo siento — le dijo Ana al científico, sonó a una despedida por siempre y él negó con la cabeza — lamento haberte traído dolor a tu vida. — No digas eso, Ana, tu no trajiste dolor a mi vida, todo lo contrario, me diste una razón más para querer vivir — los ojos de Ana se llenaron de lágrimas, no podía terminar así. — ¡Ya cállen
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