—¿Seguro qué estás mejor?— me pregunta él. Por varios minutos se quedó conmigo, simplemente abrazándome, afuera de la habitación de mi madre. Yo sentía que me desmoronaba, que me caía a pedazos, era uno de los peores momentos de toda mi vida. Peor que cuando mi padre se fue, peor que cualquier día en la escuela, que cuando me enteré de lo que había hecho mi hermana cuando yo era un adolescente, incluso mucho peor de todo lo que había sucedido con él. Para todo eso yo tenía una solución, quizás no las más apropiadas… alejarme, huir, hacer como que no era importante, enterrar esos sentimientos en lo más profundo de mi cerebro y de mi corazón. En cambio, para esto, yo no podía hacer nada,
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