CamilaMe mantuve sola en mi noche de bodas, estuve como una prisionera aun usando ese pesado vestido que ya me causaba piquiña.—Señorita, ¿segura que no quiere comer? Mire que está por anochecer.No quise resistirme más, ya fue suficiente. Desde que estoy encerrada escuché muchas cosas, a los padres de Franco, a sus empleados, todo tipo de movimiento. Me negué a abrir la puerta, pero no pude hacerme más la digna, el hambre no me dejaba.—Si, ya le abro la puerta.Levanté mi vestido y los sostuve entre mis manos, me costó un poco de trabajo; pero pude abrir la puerta.—Señorita, por fin abre la puerta. Me empezaba a preocupar.—Gracias.La señora me mira con rareza, lo sé, también yo lo estoy. Sabia que sería terrible, pero no tanto.—¿Desea algo más?—No, estoy bien, es muy amable.Recibí la bandeja y no me di la vuelta hasta que la señora no se retirara.—Oh, espere. ¿puedo hacerle una pregunta? —le digo a la mujer.—Claro que sí, dígame.—¿Sabe si el señor Franco demora?—Creo que
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