El viento susurraba las notas de una canción lejana; melodía que había estado oculta en lo más profundo de mis remembranzas. El sonido me volvía cautivo, trayendo consigo los recuerdos de mi infancia. Sentí una lágrima recorrer mi mejilla acompañada de una tibieza que inundó mi alma, eran alegorías, partículas de mi pasado que me instaban a volar a través de ellos y recuperar el origen de mi existencia, donde fui tan feliz, donde aún dominaba la inocencia… En esa cúspide de mis pensamientos, la voz de mi madre resucito de entre los fantasmas de mi mente: “si no te amas a ti mismo no podrás amar a otras personas, el primer paso está en la aceptación” cerré los ojos al recordarlo, y mis labios se despegaron para pronunciar un nombre… Angelina. Michael Benedict Davenport, duque de St Moritz. Dos semanas después. El sol ya había despuntado, llenando de luz la hermosa mansión, Clara se levantó más temprano que de costumbre, Martina y Marie se sorprendieron al verla con la cocina ya or
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