32. De mi mujer me encargo yo
Emilio no la soltó el resto del festejo, si quiera cuando sus hermanas o madre intentaron arrebatársela con la tonta excusa de que debía dejarla hacer amistades, cosa que le fastidió un poco, ella no necesitaba amistades ni mucho menos a nadie que la merodeara, lo tenía a él y eso era más que suficiente.— No puedes tenerla pegada a ti todo el tiempo — le riñó su madre, torciendo una sonrisa.— Por supuesto que puedo, ella está bien aquí y punto, ya está — dijo, decidido, nadie iba a arrebatársela de su lado, no después de ver que su primito no desaprovechó la oportunidad para abordarla.El recuerdo de su mirada, sobre ella, sobre su brujita, casi devorándola, lo hicieron hervir de nuevo.— Emilio, no seas malcriado.— De malcriado nada, he dicho que no, madre, ella no conoce a nadie y…— Ya me conoce a mí — la mujer se cruzó de brazos, pulverizándolo.— Precisamente por eso, la pondrás en mi contra, te conozco, las conozco a las tres — las señaló a cada una, más que decidido a manten
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