Malú volvió al presente, el corazón de nuevo lo tenía estrujado. —Si tan solo hubiera hablado en ese entonces, lo habríamos comprendido, y demostrado lo equivocado que estaba con respecto a la bruja —susurró—, pero no, Abel, tiene ese espíritu rebelde, indomable, similar a ti. —Acarició al caballo, al verlo tranquilo, abrió la puerta del cubículo, lo tomó de las riendas, y lo sacó a pasear. —¡Señorita Malú! —exclamó horrorizado Aureliano, el capataz—, tenga cuidado con el diablo, desde que usted no está, se ha vuelto peor, no hay nadie que lo pueda montar, ni tranquilizar. «¡El diablo!»Malú sacudió su cabeza. —Yo no le tengo miedo al diablo, además está así porque pasa encerrado, él es un espíritu libre como yo. —Sonrió—, más bien trae la montura, y ayudame. Aureliano negó con la cabeza, y obedeció, instantes después Malú montó a aquel salvaje potro al que todos tenía miedo, pero el animal con ella era dócil, María Luisa tenía la capacidad de calmar sus miedos y temores, cuando
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