CAPÍTULO CIENTO SESENTA Y CINCOEmily no dejó de pensar en las palabras que le dijo Don Adrián. Una y otra vez se le venía a la cabeza que era lo bueno que podía ver en todos los problemas que la sumían en la oscuridad.Era una constante que nunca desaparecía, ya que por unos breves momento era feliz, pero luego se volvía triste y con ganas de desaparecer, sin embargo, no podía demostrarlo, ya que, si antes tenía a dos pequeñitos, ahora eran tres niños inocentes que siempre dependerían de ella, o al menos hasta que fueran unos adultos responsables.Suspiró con pesadez y se dirigió a uno de los muebles. Necesitaba hacer algo más que revolcarse en su miseria, por lo que decidió cocinarle algo dulce a los niños.Primero se puso uno de los delantales floreados que estaba colgados en un perchero y luego abrió la despensa en donde se guardaban los alimentos. Sacó un bol de metal, el mezclador, la harina, azúcar, la mantequilla, huevo, cacao en polvo, chips de chocolate, chips de colores y t
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