Laura abrió los ojos y miró el despertador. Eran las seis, ¡qué bien! Aún le quedaba una hora en la camita. Iba a cerrar otra vez los ojos para seguir durmiendo cuando se dio cuenta de que Sergio no estaba. La escena le recordó la de la noche pasada y, sin apenas darse cuenta de lo que hacía, se levantó y salió al pasillo. Esta vez no se veía ninguna luz desde el salón. Siguió avanzando. Aún no había amanecido, pero la noche era clara y los amplios ventanales del salón, sin cortinas y con la persiana subida, dejaban entrar alguna luz de la calle, de modo que los ojos de Laura se acostumbraron muy pronto a esa clara negrura. Su mirada se dirigió hacia la mesita del ordenador, donde, inconscientemente, esperaba encontrarlo. Pero no estaba allí. Laura avanzó unos pasos, hasta que lo vio.Estaba sentado en el sofá, con unos papeles en el regazo. Era evidente que se había quedado dormido mientras leía. Laura sintió una enorme curiosidad por saber qué contenían esos papeles, pero no se atre
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