El día que tanto Gerald había querido evadir llegó. Era sábado por la tarde, había quedado con Helena reunirse en la palapa frente al lago. Además, solicitó que Myriam estuviera presente. Él se adelantó minutos antes, necesitaba estar solo. Viejos recuerdos rondaban por su memoria, las palabras hirientes de su padre parecían hacer eco, respiraba agitado, intentando controlar toda esa marea de emociones, odiaba sentirse así, presionó con fuerza el barandal de madera, no sabía por dónde, ni cómo empezar la charla con su madre. Escuchó pasos y su corazón latió con violencia, ese aroma a nardos, anunciaba la llegada de su madre, deglutió la saliva con dificultad. —Ya estoy aquí —dijo la mujer. Ella también se sentía nerviosa, percibía una opresión en el pecho, y ansiaba poder liberarla. Tomó asiento en uno de los sillones, entrelazó sus manos, ansiosa. Gerald giró, su rostro se mostraba impasible, su mirada era fría. Helena tembló. —Le pedí a Myriam que estuviera presente —indic
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