En algún lugar de Estados Unidos, una mujer de edad media, se quedó congelada al leer en la primera página de un diario, sobre la boda de Gerald Lennox y Myriam Bennett. —No puede ser —balbuceó temblorosa, sacó de su billetera unas monedas y compró el periódico. Agitada, caminaba a toda prisa por las calles de aquel pueblo, hasta llegar a su casa, cuando entró azotó la puerta y se recargó en la madera, inhalando profundo. —¿Qué te sucede mujer? —indagó su pareja, un hombre de cabello cano y mirada verdosa. —¿Te asaltaron? —cuestionó al ver el semblante de la dama lleno de palidez—. Caroline, ¿qué te ocurre? —bramó. —¡Mira esto! —exclamó horrorizada. Arthur tomó el diario, se colocó los lentes que colgaban sobre su pecho, leyó la nota, y se dejó caer en un sillón. —No es posible —balbuceó—, mi hija, casada con el hijo de ese hombre…—Esto debe ser una pesadilla —comentó Caroline tomando asiento en un sillón frente a él—, parece que tu hijita salió igual a ti de infiel, y que tuvo
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