—¿Será que no se va a ir jamás? —preguntó Mía, desesperada, y Corono sonrió entre preocupado y divertido. Ver a su esposa molesta, pero ya no tan nerviosa, le gustaba un montón. Y es que, con el paso de los días, y ver que el otro no hacía mucho más que saludarla a la hora de la comida, había ayudado a la joven a entender que nada malo pasaría. De todas formas, legalmente ella ya ni siquiera tenía un apellido de Lutenia, además, no había nadie en ese lugar, exceptuando su esposo, que supiera su realidad, y seguro era que él no diría nada al emperador. Aun así, Mía seguía evitando encontrárselo, porque algo dentro de ella seguía sugiriendo que él era peligroso, sobre todo esas pesadillas que se intensificaron recién él llegó al nuevo ducado de Elliot, ayudando a que su estado nervioso fuera más bien alterado. —Tal vez son sus vacaciones —declaró el castaño de ojos miel, terminando de vestirse para dormir mientras su esposa le esperaba ya en la cama. —Pues qué mala elección hizo —re
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