El zumbido persistió perforando mis oídos, así como el dolor que recorría mi cuerpo impedía que pudiera acelerar el paso. Cada movimiento era un martirio e incluso algo tan simple como era el respirar se volvió una tortura constante que no me dejaba pensar con claridad. Camine y camine sin idea de donde me encontraba, debido a la destrucción de las calles era imposible saber con exactitud mi ubicación, vi humo y fuego, caos y destrucción, pero en medio de aquel escenario caótico, lo peor fue encontrar cadáveres a mi paso, hombres, mujeres y niños por igual. Intente desviar la mirada, estaba asustada, con el alma hecha pedazos y con el corazón entre las manos, sin saber cómo reaccionar ante lo que mis ojos lograban ver, sangre, dolor y muerte. Derrame un par de lágrimas, pero no más, ni ellas se sintieron lo suficientemente valientes como para brotar, solo pensé en llegar a casa, en mi interior rogaba por un milagro, anhelaba que mi calle no hubiera sido destruida en el bombardeo y qu
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