El edificio principal de empresas Overon era una construcción con tradición, de más de cien años. Por fuera lucía como cualquier rascacielos moderno, así también se veían sus oficinas, excepto la de su director general, en el último piso.Al cruzar la puerta, Max y Marcela se sintieron transportados en el tiempo. Estaban entrando ellos a la sala del trono de algún monarca, así lo decían las decoraciones de los muros, las armaduras, los trofeos, la riqueza en cada cosa dorada que veían. Hasta la alfombra parecía sacada de un palacio. Ni hablar del hermoso escritorio, de madera noble y con intrincados tallados bajo el cristal que cubría la parte superior. Era digno de un museo, igual que la momia sentada tras él. Frederick Overon era un hombre de unos cincuenta años, saludable y de aspecto envidiable, pero se les hizo mucho mayor. Allí, en su trono, los miraba con la pasividad de quien ha visto el inicio y el final de la historia y espera, sin sorpresas, a que ocurra lo que deba ocurrir
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