Nemesis. El hedor a muerte se hizo insoportable, infiltrándose en sus fosas nasales y arañando su garganta, dejando una incómoda sensación de quemazón. Aun así, la tristeza era mucho mayor, anulando el resto de sus sentidos. Tomó el pedazo de tela que le ofreció Sirio y entró al pequeño establecimiento, cubriendo sus vías respiratorias. —¿Cuántos? —Tres nuevos casos esta mañana. Cincuenta muertos y setenta padeciendo. Maldijo. La fiebre negra azotaba sus tierras, olvidadas por el Rey. Un mal que se expandía con rapidez, consumiendo los cuerpos desde dentro hacia afuera, cocinándolos, colapsando poco a poco cada órgano. La piel adquiría un tono ébano, mientras la muerte llegaba lenta y dolorosamente. No había cura. La causa era bien conocida por ella: los Abassy, seres oscuros y malignos, difíciles de matar. Hijos de Angra Mainyu, el señor de las tinieblas. Nunca se había enfrentado a uno, pero conocía las historias, relatos que solo los más fuertes de estómago podían escuchar.
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