─Te estuve esperando ─se deja caer sobre el borde del escritorio con un gesto insoportablemente fluido, y con los brazos cruzados, dejando ver la presión que ejercen sus bíceps y tríceps sobre la delicada tela de su camisa─, ¿por qué nunca llegaste? ¿Cómo… cómo puede?, qué cínico. ─ ¿Es en serio? ─sonrío con indignación, pero me reprendo mentalmente al recordar lo sucedido con Evans. Me muerdo la lengua, me enjuago la cara entre las manos antes de coincidir con su mirada y añado con menos hostilidad ─, lo siento, ayer se me cruzaron varios asuntos. ─ ¿Estás bien? ─se me aproxima, me rodea el cuello con sus manos grandes, ásperas y calentitas, que me saben a remedio, y a todo lo que necesito justo ahora ─, te noto tensa, ¿ocurre algo?, tienes unos nudos increíbles en el cuello, ¿te apetecen unos masajes? Cierro los ojos un tercio de segundo, y al abrirlos me doy cuenta de la poca energía que me queda para discutir. Si algo me apetece, es dormir un mes, o quizá varios. No lo sé.
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