Sus sospechas no tardaron en ser aclaradas cuando, por la puerta, entraba un Adréis que saludó, pasó frente a ella con un ramo de rosas rojas y, con un beso de buenos días, saludó a la mujer que ya tenía fecha de matrimonio con él. —Amor, perdón por no quedarme anoche contigo,me fui dejándote dormida, tuve asuntos que resolver—aclaró el hombre a Talía. Talía sonrió satisfecha, tomó las rosas y las acomodó en un vaso de cristal al centro de la mesa. «¡Oh, Dios! ¡Talía no estuvo con Adréis anoche!», pensó Mili, mientras retrocedía para entrar de nuevo a su cuarto. «Y si no fue con Adréis, ¿entonces con quién hacía el amor de forma tan apasionada? Estaba atónita, no podía creer lo que pasaba en sus narices, en las narices de ella y en las de su prometido. No cabía en su asombro, Talía traicionaba a un hombre tan deseado por ella, tan guapo, tan carismático. «Nunca le bastará nada ni nadie, qué pena». Se puso su suéter tejido con hilo de lana azul claro recién sacado de la secadora, al
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