El viaje fue angustiante. Mientras el avión se acercaba a Caracas, Alejandra dormía en mi hombro. A pesar del cansancio y el trasnocho, no podía conciliar el sueño. ¡Era imposible dormir! En cuanto cerré los ojos, una pesadilla me asaltó: ella movía su mano en señal de despedida antes de abordar el Boeing-747. Al abrir los ojos, conté los kilómetros que faltaban para aterrizar. ¡Por dios, es una ridiculez! Nadie, sin conocimientos previos de navegación, puede predecir cuántos kilómetros faltan para llegar a un destino. «Decirle adiós al amor de tu vida, verla partir y regresar a casa lleno de incógnitas, es una pesadilla sin final. Las preguntas germinan el raciocinio, enferman la lógica y crean quimeras. Crees que hay respuestas, pero no, no las hay para un amor que reposa en un bergantín sin viento en medio del mar», reflexioné.
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