Fui al centro comercial Sambil. Visité el estanque de peces Koi. Los peces alzaban su cabeza y movían sus bocas arriba y abajo. Además, en tropel se amontonaban en el borde. Como no tenía comida en mano, los peces, uno a uno, prosiguieron su pacífico nado. El sonido de la cascada artificial casaba con la música ambiental.
Cerca del estanque hay un restaurante de sushi. Me senté en una de las sillas de plástico y revisé el menú. Un afable señor, que parecía un mayordomo, se acercó y me atendió.
—Buenas tardes, caballero. Es un placer tenerlo de vuelta —expresó.
—Buenas tardes —respondí.
—¿La señorita no viene con usted?
—No, hoy no.
«Ni mañana, ni dentro de dos meses, ni el año próximo vendrá», pensé, compungido. Pedí una Coca-Col
El fragor de las olas casaba con la umbría atmósfera. Una ventana sin cristal que da al acantilado era la fuente de iluminación de la habitación donde desperté. Las paredes estaban cubiertas de laja por la mitad y el techo era de madera. Las ramas se batían por el viento frenético. Cuando me asomé, los brazos alargados de los árboles eran oscuros y estaban cubiertos por la niebla densa. Miré hacia el mar y las rocas eran golpeadas, con furia, por las olas. La espuma blanca se esparcía alrededor. Temía que estuviera atrapado en una tempestad. Vi una mesa de noche con una lámpara encima e intenté encenderla, no había electricidad. Como una cámara con filtro frío, observaba el ambiente con un tono azulado.—¿Esto es una pesadilla? —pregunté al aire.Me acerqué a la puerta de caoba. Al abrirla, una sala se extendió e
Alejandra estaba tardando más de lo usual en conectarse. Para matar el tiempo, jugué en el teléfono. Durante la partida, un jugador comenzó a insultar al equipo y nos llamó inútiles. En otra partida, un loco nos ordenaba qué hacer como si fuéramos sus súbditos y, en consecuencia, nadie le hizo caso. Para su desgracia, perdimos y derrochó todo su arsenal de groserías. Me pregunté, luego de cerrar la aplicación: «¿Por qué se toman tan a pecho un videojuego? ¿Será que en sus vidas se sienten tan insignificantes que dependen de una realidad virtual para su bienestar emocional?». Me resultaba absurdo, pero los videojuegos existen para entretener y desahogarse. En ocasiones, incluso, son un reflejo de nuestro verdadero ser.Fui al balcón, la luna emergió de una nube como si fuera una película de terror, en cámara lenta. Las e
Un día antes del cumpleaños de María, ella me invitó a salir a un centro comercial. Fuimos a La vela, pero sabía que atrás estaba la playa Bayside. Tenía la noción de ir allá, ya que a María le gustaba ese sitio, igual que a mí, porque allí Alejandra y yo estuvimos juntos. Había ahorrado dinero suficiente para comprar un regalo de cumpleaños, pero como yo era su sorpresa, decidí no ir a la librería a comprar La trilogía de la niebla, de Carlos Ruiz Zafón, sino al día siguiente para así empacar el regalo y dárselo ese mismo día como si fuera pan recién salido del horno. No sé por qué, pero me gusta ser puntual con los regalos, comprarlos el día en que lo entregaré.En la feria de comida, nos sentamos en las mesas que están al frente de Pollo Arturo’s. Al no haber KFC, prefer&iac
Me acosté con el profesor de matemáticas. ¡Cuánta vergüenza! Me siento sucia y no soporto verme en el espejo. Tengo unos cuantos moretones en el cuerpo, pero es de mi novio, porque se ha puesto agresivo, le reclamé sobre su infidelidad. Una vez más, me silencian con golpes. Morados, heridas, cicatrices y odio acumulado. Despotrico contra mi persona. No puedo hacer nada al respecto, soy una debilucha y ellos me someten como un esclavo.Me encuentro en la habitación, escribiendo en estas páginas. Escribiré lo que nadie nunca leerá y sabrá de mí, pero me conformo con llorar y descargar mi sufrimiento. Estoy llorando, pero eso a nadie le importa, porque lo oculto, hago lo posible para no ser una carga para otros.¿Cómo terminé chantajeada y abusada por un depredador sexual con rol de profesor? Los psicópatas tienen la capacidad de ver las deficiencias de la v
Me levanté en silencio y me puse un abrigo rojo con capucha. Para no llamar la atención de los sabuesos, preferí dejar mi rostro descubierto. Eran las ocho de la noche cuando miré el reloj de cocina. Bajé por las escaleras. Descender ocho plantas no me hacía ningún mal. Había dejado el teléfono encima del escritorio y solo llevaba conmigo, en los bolsillos, la tarjeta de débito y el carnet de identificación. Crucé el vestíbulo como si no quisiera ser visto por nadie, en realidad, ni quería ser visto por el portero.—Buenas noches —dijo el portero.—Buenas noches —murmuré.Seguí el camino de la calzada. Las luces de la calle me alumbraban y la vida nocturna se manifestaba en la música puesta en los grandes altavoces de las tiendas. Miré alrededor y una panadería estaba abierta. Pedí un croissant y caf&
Después de ver el amanecer, me había ido a dormir con el profundo remordimiento de no haber hablado con Alejandra. Me vestí con una camisa blanca, holgada y un poco ancha. La tela era ligera, de modo que el calor no me afectaría tanto al usar la chaqueta azul con solapa vinotinto. Eran las doce del mediodía. Preparé una sopa instantánea con fideos, pasta larga, huevos, pollo y carne. Sabía muy bien, aunque la presentación del plato parecía el vómito de un duende. Luego de almorzar, que sería más bien el desayuno en hora de almuerzo, si es que se le puede llamar así, revisé las notificaciones de Telegram. Ella escribió un mensaje largo:Niño bonito, sé que te sientes solo. Perdóname por no estar atenta anoche, me ocupé con el proyecto de fin de curso y los muchachos de mi equipo no son muy atentos que digamos. Estoy cansada, créeme,
Compré La trilogía de la niebla, de Carlos Ruíz Zafón. Como conocía los gustos de María, añadí una suscripción de Spotify con la lista de reproducción llena de canciones de BTS y One Ok Rock. Con los libros en mano, fui a un puesto donde pude envolver los libros con papel regalo.—Con esto bastará —dije y di una palmada al lomo de uno de los tres libros.Fui al supermercado. En la tarima que hay en una zona cercana a la parada de bus, una banda ofrecía un espectáculo modesto. Su música ni me atrapó ni me hechizó. Interpretaban una canción de Bon Jovi, pero la cantante soprano no ponía alma en la voz y estropeaba una estrofa tan maravillosa de Always. Una vez dentro del lugar, compré un envase de helado Tío Rico de oreo con vainilla.Sin más dilación, solicité un taxi cerca de la parada de aut
La señora Rodríguez estacionó el auto en el estacionamiento exterior de la casa. El pórtico estaba decorado con adornos navideños, lo cual me permitió decir: —Vaya, aún siguen en navidad. —Me ha dado flojera quitar los adornos —respondió Oriana y vio los adornos con fastidio—. Quizás deba ponerme manos a la obra un día de estos, ya no estamos en navidad. —Quizás, pero a veces vence la flojera. En el jardín había un aspersor de agua que regaba las plantas, dibujaba una circunferencia y el rocío creaba un arcoíris. Uno que otro flamenco decorativo estaba enterrado en el pasto, que estaba bien podado. Los matorrales lucían cuidados y las flores exhibían su belleza. Paredes pintadas de amarillos crema, una mecedora bajo techo con un cojín para no malograr las nalgas y una mesita circular que parecía ser el apoyo de una futura bandeja con tazas de café. Había visto las sillas de plástico para los invitados. Parecía una representación barata de una casa de muñecas. La casa era espaciosa