Un día antes del cumpleaños de María, ella me invitó a salir a un centro comercial. Fuimos a La vela, pero sabía que atrás estaba la playa Bayside. Tenía la noción de ir allá, ya que a María le gustaba ese sitio, igual que a mí, porque allí Alejandra y yo estuvimos juntos. Había ahorrado dinero suficiente para comprar un regalo de cumpleaños, pero como yo era su sorpresa, decidí no ir a la librería a comprar La trilogía de la niebla, de Carlos Ruiz Zafón, sino al día siguiente para así empacar el regalo y dárselo ese mismo día como si fuera pan recién salido del horno. No sé por qué, pero me gusta ser puntual con los regalos, comprarlos el día en que lo entregaré.
En la feria de comida, nos sentamos en las mesas que están al frente de Pollo Arturo’s. Al no haber KFC, prefer&iac
Me acosté con el profesor de matemáticas. ¡Cuánta vergüenza! Me siento sucia y no soporto verme en el espejo. Tengo unos cuantos moretones en el cuerpo, pero es de mi novio, porque se ha puesto agresivo, le reclamé sobre su infidelidad. Una vez más, me silencian con golpes. Morados, heridas, cicatrices y odio acumulado. Despotrico contra mi persona. No puedo hacer nada al respecto, soy una debilucha y ellos me someten como un esclavo.Me encuentro en la habitación, escribiendo en estas páginas. Escribiré lo que nadie nunca leerá y sabrá de mí, pero me conformo con llorar y descargar mi sufrimiento. Estoy llorando, pero eso a nadie le importa, porque lo oculto, hago lo posible para no ser una carga para otros.¿Cómo terminé chantajeada y abusada por un depredador sexual con rol de profesor? Los psicópatas tienen la capacidad de ver las deficiencias de la v
Me levanté en silencio y me puse un abrigo rojo con capucha. Para no llamar la atención de los sabuesos, preferí dejar mi rostro descubierto. Eran las ocho de la noche cuando miré el reloj de cocina. Bajé por las escaleras. Descender ocho plantas no me hacía ningún mal. Había dejado el teléfono encima del escritorio y solo llevaba conmigo, en los bolsillos, la tarjeta de débito y el carnet de identificación. Crucé el vestíbulo como si no quisiera ser visto por nadie, en realidad, ni quería ser visto por el portero.—Buenas noches —dijo el portero.—Buenas noches —murmuré.Seguí el camino de la calzada. Las luces de la calle me alumbraban y la vida nocturna se manifestaba en la música puesta en los grandes altavoces de las tiendas. Miré alrededor y una panadería estaba abierta. Pedí un croissant y caf&
Después de ver el amanecer, me había ido a dormir con el profundo remordimiento de no haber hablado con Alejandra. Me vestí con una camisa blanca, holgada y un poco ancha. La tela era ligera, de modo que el calor no me afectaría tanto al usar la chaqueta azul con solapa vinotinto. Eran las doce del mediodía. Preparé una sopa instantánea con fideos, pasta larga, huevos, pollo y carne. Sabía muy bien, aunque la presentación del plato parecía el vómito de un duende. Luego de almorzar, que sería más bien el desayuno en hora de almuerzo, si es que se le puede llamar así, revisé las notificaciones de Telegram. Ella escribió un mensaje largo:Niño bonito, sé que te sientes solo. Perdóname por no estar atenta anoche, me ocupé con el proyecto de fin de curso y los muchachos de mi equipo no son muy atentos que digamos. Estoy cansada, créeme,
Compré La trilogía de la niebla, de Carlos Ruíz Zafón. Como conocía los gustos de María, añadí una suscripción de Spotify con la lista de reproducción llena de canciones de BTS y One Ok Rock. Con los libros en mano, fui a un puesto donde pude envolver los libros con papel regalo.—Con esto bastará —dije y di una palmada al lomo de uno de los tres libros.Fui al supermercado. En la tarima que hay en una zona cercana a la parada de bus, una banda ofrecía un espectáculo modesto. Su música ni me atrapó ni me hechizó. Interpretaban una canción de Bon Jovi, pero la cantante soprano no ponía alma en la voz y estropeaba una estrofa tan maravillosa de Always. Una vez dentro del lugar, compré un envase de helado Tío Rico de oreo con vainilla.Sin más dilación, solicité un taxi cerca de la parada de aut
La señora Rodríguez estacionó el auto en el estacionamiento exterior de la casa. El pórtico estaba decorado con adornos navideños, lo cual me permitió decir: —Vaya, aún siguen en navidad. —Me ha dado flojera quitar los adornos —respondió Oriana y vio los adornos con fastidio—. Quizás deba ponerme manos a la obra un día de estos, ya no estamos en navidad. —Quizás, pero a veces vence la flojera. En el jardín había un aspersor de agua que regaba las plantas, dibujaba una circunferencia y el rocío creaba un arcoíris. Uno que otro flamenco decorativo estaba enterrado en el pasto, que estaba bien podado. Los matorrales lucían cuidados y las flores exhibían su belleza. Paredes pintadas de amarillos crema, una mecedora bajo techo con un cojín para no malograr las nalgas y una mesita circular que parecía ser el apoyo de una futura bandeja con tazas de café. Había visto las sillas de plástico para los invitados. Parecía una representación barata de una casa de muñecas. La casa era espaciosa
Sentados en la arena, admirábamos el ocaso. El sonido del mar calmaba mi alma, pero Alejandra con su voz, su dulce y tierna voz, desvanecía todos los males que me afligían. Me vio y en el pozo sin fondo de sus ojos percibí un leve destello de esperanza.—Tenemos miedo, ¿sabes? —Agarró mi mano—. No quiero perderte, tú tampoco a mí. Sin embargo, la distancia es un cruel enemigo y el amor es un despiadado ilusionista.Graznó una gaviota que surcaba el cielo despejado. Entrelacé mis dedos con los suyos, con el otro brazo ejercí fuerza en su vientre. No quería que se marchara. Ella regresaría a su hogar, a su tierra, a su nación. En consecuencia, miles de kilómetros nos volverían a separar y tendría que conformarme con el calor de una almohada y el cloroformo de la imaginación.Escuchamos la canción del océano u
Cociné unos panqueques. No soy perito en el arte culinario, pero me quedan muy buenos. Eran dos torres, cada uno de cinco redondos y esponjosos panqueques en cada plato. Busqué las fresas en la nevera y las piqué en rodajas. Luego las coloqué en la cima de cada torre, de modo que formara una media luna. Después hurgué en la despensa en pos de la crema de avellana. Con una cuchara pequeña, unté la crema alrededor de los bordes de los panqueques. En la mesa había puesto dos vasos de vidrio, la jarra con jugo de naranja y dos bananos. Acomodé las sillas, encendí el reproductor de música y en el panel seleccioné Story of my life, de One Direction. Estiré los brazos, miré el reloj y comprobé que eran las seis y treinta de la mañana. El sol aún no había salido, pero los pájaros ya estaban cantando. El cielo se tornaba violáceo y las estrellas d
El viaje fue angustiante. Mientras el avión se acercaba a Caracas, Alejandra dormía en mi hombro. A pesar del cansancio y el trasnocho, no podía conciliar el sueño. ¡Era imposible dormir! En cuanto cerré los ojos, una pesadilla me asaltó: ella movía su mano en señal de despedida antes de abordar el Boeing-747. Al abrir los ojos, conté los kilómetros que faltaban para aterrizar. ¡Por dios, es una ridiculez! Nadie, sin conocimientos previos de navegación, puede predecir cuántos kilómetros faltan para llegar a un destino. «Decirle adiós al amor de tu vida, verla partir y regresar a casa lleno de incógnitas, es una pesadilla sin final. Las preguntas germinan el raciocinio, enferman la lógica y crean quimeras. Crees que hay respuestas, pero no, no las hay para un amor que reposa en un bergantín sin viento en medio del mar», reflexioné.