Cuando Juan se retiró, Sergio volvió a mirar a Sofía que aún intentaba desbloquear el teléfono y le sujetó las manos diciendo. —Cariño, ya guarda el teléfono, ya tengo el número de tu amiga… —¡Perfecto, préstame tu celular! —No, tú no estás en condiciones de llamar, estás hecha un manojo de nervios y te conozco, ni siquiera cuando estás calmada tienes tacto para hablar. Yo lo haré y luego vamos a la cafetería para comprarte un té de manzanilla. —Está bien cariño, hazlo tú y diles que eres mi amigo. —Ok, eso haré. Sofía, quería decirte… —¡Oh! Me llamaste Sofía. —¿Y qué tiene de malo? —Que siempre me llamas nena, dulzura u otro apodo cariñoso y cuando empiezas una conversación, llamándome Sofía, significa que me vas a sermonear. —¡Vaya! No me había dado cuenta de que hago eso. Pero sí, te quiero hablar de algo muy serio. —¿Tú le has hablado a Daniela sobre mí? —No, porque tú y yo quedamos en que no lo haría. Además, el trato con Juan desde un principio fue que no le hablaría
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