Erika Camel Caminamos saliendo del bar tomados de la mano, sonriendo como dos niños, aunque nada más lejos de la realidad, no había inocencia en lo que haríamos. «Eso lo podía garantizar, de mi cuenta corría». Esas eran las ventajas de ser libre, la capacidad de poder tener sexo consensuado sin tener que darle explicaciones absolutamente a nadie. Solo la llama del deseo daba las órdenes esta noche, y de nosotros dependía únicamente si lo repetíamos, si nos buscábamos luego. Estaba deseosa de él, y mientras más sucios mis pensamientos , más sensacional se volvía la ocasión. La anticipación me tenia más excitada que en cualquiera otra noche de sexo anterior en los últimos seis años. Eso, unido a la euforia de haber logrado arrastrarlo conmigo a mi hotel, me tenían radiante. Ya nada se interponía entre su cuerpo y el mío desnudos, o bueno si, quizás un poco de ropa. Eso se arreglaría tan pronto la puerta se cerrará a mi espalda. En el ascensor fue imposible que ese hombre, casi un a
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