—¿Y si te dijera que mi apellido es De Expósito? — Le pregunté a Julián a la hora del almuerzo. Se me quedó mirando a los ojos en una forma extraña, no pude descifrar lo que estaba pensando. Él solo se puso de pie, recogió sus cosas de la mesa, puso todo en el cesto de la basura y se fue sin decir una palabra. Nunca imaginé que decirle a un chico que me gustaba que era huérfana, me iba a doler tanto o más que el hecho de que fui rechazada y abandonada al nacer. Terminé mi almuerzo porque en el orfanato me enseñaron que la comida no se tira a la basura, cuesta mucho conseguirla y nunca sabes si al día siguiente vas a tener algo para llevarte a la boca. Quizá por eso me costaba tanto mantenerme en mi peso, porque a pesar de cualquier pena, alegría o sufrimiento, no podía parar de comer. Fue difícil concentrarme en el trabajo, confundí los nombres de los pacientes y el doctor Amezcua, mi jefe, me llamó la atención porque le cambié las radiografías de un
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