Anís. Ese era el sabor de los besos de Vlad Sarkov. Antes no pudo notarlo, cuando era Maya y lo besó a la fuerza para impregnarle el aliento a cebolla, ajo y pescado. Se alegró de no haber sentido el sabor de la boca del demonio entonces, apenas su textura y casi ni la recordaba. Debía ser por eso que sus besos se le hicieron tan familiares, así como sus manos recorriéndola por todas partes. Cerró los ojos, pensando. Éste era el siguiente paso, inevitable, predecible. Luego de hacerla dormir en su cama, esto era lo que venía, ella ya lo sabía. Y venía en el peor momento.—¿No vas a mirarme, Sam? —preguntó Vlad, empujando más fuerte dentro de ella.—No... —balbuceó ella, tapándose con el brazo bueno.Si los sonidos que hacía su jefe la tenían tan húmeda y temblorosa, no imaginaba lo que le pasaría al verlo. No, ni hablar. Estaba segura de que, si miraba al demonio a los ojos, acabaría hechizada por su maligna influencia, ac
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