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23 chapters
XI
Cuando Kay Ardrich abrió los ojos, volvió a cerrarlos con pereza. Súbitamente, se sentó en el lecho. La huella de la cabeza de Greg aún estaba allí. Saltó de la cama y se acercó al ventanal. El auto había desaparecido. Miró el reloj. Eran las once y media de la mañana. Se duchó y vistió luego rápidamente. Bajó al vestíbulo, Lena Ardrich ponía flores en un búcaro.—Buenos días, mamá.—Hola, hijita.—¿Hace mucho que marchó Greg?—Sí, bastante. Desayunamos juntos y él se fue a la clínica, creo que eran las nueve.—¿Por qué no me has llamado?—No merecía la pena. Has visto, sigue lloviendo, si bien ya no con tanta fuerza. ¿Digo que te sirvan el desayuno? —Sí, tengo apetito.Desa
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XI
—Kay, yo estaré a tu lado.—Ya sé, Greg.—Por Dios, que la venida de ese hijo te haga feliz, Y, y si he faltado en algo, perdóname. Marchaba, Kay lo necesitaba a su lado. Levantó la cabeza. Le llamó.—Gregory, Se detuvo de golpe sin dar la vuelta.—Gregory, ven.—No quiero disgustarte.—Pues quédate a mi lado y, por favor, discúlpame Sin ti, yo no podría. Se volvió y despacio fue hacia ella.—He sido el causante de tus sufrimientos desde que nos casamos. Tú amabas a otro hombre cuando te conocí. Me he cruzado en tu vida a la fuerza. Y ahora, quizá también a la fuerza.—No digas tonterías, Greg. Quizá hayas entrado en mi vida a la fuerza, pero ahora no. Tú sabes que no. Tenía que ser así, no tengo nada que perdonarte. Quizá tú a mí
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EPILOGO
Jeremías esperaba pacientemente apoyado en la portezuela del lujoso coche. La mujer desde su interior, miraba hacia el suelo. El avión tomó tierra y el primero en bajar fue Greg. La mujer no bajó del auto. Quería recibirlo allí. Y llegó el hombre. Nada dijo. La miró tan sólo y se sentó junto a ella. Jeremías puso el coche en marcha.—¡Kay!… Se hundió en sus brazos.Jeremías, ruborizado; dio vuelta al retrovisor.—Greg…, amor mío.Las bocas se juntaban, las manos febriles buscaban el contacto del cuerpo querido. Y el susurro entrecortado de Kay diciendo cosas, cosas sin sentido.—Te quiero, Greg, amor mío. ¡Tanto y de tal manera!Y reía. Era grato para el hombre oír aquella risa, aquellas frases vulgares que siempre son sublimes para el que las escucha.—Tengo que darte
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