—No sé por qué todavía te lo preguntas, hace bastante tiempo tus acciones demuestran que eres más que un tonto —dicho esto, sorbí mi nariz, y aclaré mi garganta. El nudo que yacía, apretando la misma, estaba ahí, sin embargo, no tan notable como tiempo atrás—. Es tarde, debo ir a casa. Tan rápido como me levanto, el frío de la noche me golpea de lleno la cara, de la misma forma, el hecho de que todas mis pertenencias se quedaron en la casa de María; mi teléfono celular, mi dinero, absolutamente todo. Observé con ímpetu a Thiago, quien se posicionó a mi lado. —¿Dime por qué no te veo nada? —cuestiono, aunque ya previsto la respuesta. —¿A qué te refieres? —pregunta con toda la inocencia y tranquilidad que nadie más aparte de él posee. —¡Me refiero a que no te veo nada! —indico en un tono medio exaltado—, no veo tu celular y tus bolsillos están planos. Evidentemente, no hay dinero ahí. Thiago mira los bolsillos de sus pantalones con cierta confusión, supe que no había entendido lo q
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