Dahlia Blackwood siempre había preferido su apellido de soltera, era de las pocas cosas que no tenía en duda en esta vida, de eso y de que cada día que pasaba se llevaba más de ella, de su felicidad y de sus ganas de vivir. Ahí, recostada sobre la baranda de aquel balcón con vista a todo Manhattan, incluido el Central Park, evidenciaba lo pequeña e insignificante que era para el mundo. Le era de lo más sencillo visualizarse abajo, en medio de la calle, con los sesos fuera de su cuerpo debido a la caída y bien muerta. Lo deseaba, lo anhelaba, su cuerpo le gritaba que lo hiciera, sin embargo, nunca se había atrevido, y algo en su interior le decía que jamás se atrevería.Era mitad de otoño, y gastaba otra hora del día, como cada día, en el balcón del pent-house donde vivía y al cual veía más como una cárcel de oro que como un hogar.
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