MARTÍN FERRER**Camino de un lugar a otro como león enjaulado por todos los pasillos del hospital. Siento cómo la sangre me escurre por el brazo, pero no me duele, o por lo menos no lo siento.—Martín, muchacho, debes dejar que te atiendan esa herida —dice Raúl, pero yo lo único que quiero es que me den noticias de mi esposa e hijo.—Raúl, de aquí no me voy a mover hasta que no me den respuesta de mi esposa —en ese momento entran Marcos con Ana tomados de la mano. Marcos, al verme sangrar, corre hacia mí.—¡Joder, Martín, estás herido! ¿¡Ya te atendieron!?—El idiota de tu hermano no ha querido ser atendido.—¡Tío! —Marcos lo abraza—. Qué bueno verte, lástima en estas circunstancias. Y ahora tú —Marcos me toma con fuerza del cuello y me arrastra hasta la enfermería—, te vas a curar eso y, si tienes la bala metida, te juro que te la hago sacar sin anestesia.—Marcos, ¡mi esposa me necesita! —le grito tratando de soltarme, pero ahora el imbécil tiene más fuerza que yo.—Si no te atienden
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