Cuando ingresé en ese nuevo mundo creí que todo iba a estar bien y que en poco tiempo haría nuevos amigos. Los primeros tres días algunos chicos y chicas me hablaron. Mayormente para preguntarme cosas del mundo real. Un mundo sin limosinas, sin mayordomos, ni cuentas bancarias en Suiza. Yo estaba feliz de contarles como era la vida fuera de sus burbujas, pero misteriosamente, después de esos tres maravillosos días pasó mucho tiempo antes de que alguien me dedicara la palabra. Eso me resultó muy extraño. Era casi como si temieran por acercarse. Comencé a sentir que algo así como un manto negro que se extendía sobre mí cada vez que pisaba ese lugar. En él las horas pasaban arrastrándose. Era difícil no sentirme incómoda. ¿Sabes lo complicado que era mantener mi salud mental metida ahí, sin querer estarlo, sin adaptación, sin amigos? Esa escuela para mí era desesperante y, no sol
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