Era un error, lo sabía. Debería comportarme mejor, lo sabía. Debería respetar lo que le dije la última vez que lo vi, lo sabía. Debía de dejar de buscarlo, lo sabía. ¿Pero cómo le hacía comprender a mi cuerpo que nunca más volvería a sentir algo así? Y no, no me refería a sentimientos de amor ni nada de ello. Mi tortura era el imaginar no volver a sentir chispas por todo mi cuerpo, el sentir mi alma arder. Romperse en mil pedazos y bajar a lo más profundo de infierno cuando el orgasmo me abrace… Tenía miedo de no volverlo a sentir, algo dentro de mí me impulsaba a buscar esas emociones, sentía que las merecía que las necesitaba, era como una adictiva droga. Tal vez por eso, me sentía tan atraía al señor Müller, él a mis ojos resultaba peligrosamente prohibido, algo a lo que no debía acercarme, pero una parte pequeña mí, escondida en lo más profundo me impulsaba a hacerlo. —¿Por qué? —articuló la mujer con brusquedad, su
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