Los ojos me pesaban y mi cuerpo se sentía cansado. Mi mente era todo un lío, pero de emociones ¿estaba feliz, abrumada? No me lograba comprender, tantas cosas me ocurrían que no sabía por dónde comenzar. El sol se filtraba por mi ventana anunciándome que ya posiblemente eran pasadas de las doce del mediodía, pero me sentía tan a gusto entre mis sabanas que me negaba a la idea de levantarme.
Hoy iniciaban mis vacaciones y de una manera u otra, me deprimía estar sola en casa. No había mucho que hacer, solo rezar para Adeline me ayude a seguir al día con mi trabajo y poder sobrevivir a la soledad. Me encontraba tan acostumbrada a trabajar diariamente que el estar en casa resultaba extraño, pero le sacaría provecho a la situación, aún tenía que buscar algún auto usado o convencer a Matías de uno no tan caro, sino, tendría que hallar la manera para que el banco me acepté un préstamo. Aparte de eso, debía hacer las compras, pagar él internet y la electricidad antes que ambos recib
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El corazón amenazaba con salirse de mi pecho en cualquier momento. Todos me miraban aún peor; una mujer en pijama, con una fea y abultada bufanda alrededor de su cuello en pleno mediodía no era algo precisamente normal, pero para empeorar la situación. Las bolsas no habían sido suficientes para ocultar a la bestia. Aún no tenía señales de los gorilas del señor Müller, aún peor, aún no me había tomado mi píldora. Era urgente que lo hiciera no podía quedar embarazada de un hombre más joven que yo, tampoco podía arriesgar mi vida ni la de un bebe en un embarazo de alto riesgo. Continué esforzándome en algo no tenía mucho sentido, probablemente era más fácil estacionarlo en otra parte que no fuera mi casa, por ejemplo, en un restaurante o pagar para que lo vigilen. Asentí repetitivamente, llamando a un más la atenció
Mi familia tenía manera muy peculiar de solucionar los problemas. ¿Quedaste embarazada? Fiesta. ¿Estás deprimida? Fiesta. ¿No tienes futuro en la vida? Fiesta. ¿Estás loco? Fiesta. ¿Te rompiste una pierna? ¡Fiesta! Claro, no todas eran exclusivas y lujosas, la mayoría se realizaban entre la familia y se disfrutaba sin gastar mucho, sin embargo, un año sin fiestas sin sentido, no era posible en mi familia. Terminé de acomodar los vasos en la mesa, mis padres y algunos vecinos organizábamos una pequeña cena en honor al nuevo policía que se mudaba al vecindario. Era un hombre amable y de inmediato agrado a todos por su carisma. Él parecía honesto y al contrario de algunos policías de la localidad, estaba muy centrado en su deber. Habían transcurrido ya cinco días desde la caótica mañana en la que desperté con un superdeportivo en mi garaje, ahora, mirando atrás, todo parecía tan irreal. No había recibido ninguna carta del señor Mü
Horas después... Me removí entre las sabanas, por algún motivo mi cuerpo sudaba excesivamente, tenía calor, demasiado calor. Intenté quitarme las sabanas, pero nada ayudaba. Me sentía ahogada al punto de no poder soportarlo. No tenía conciencia de la hora, pero por la oscuridad de la habitación deduje que aún era de noche. Había cedido a quedarme con mis padres, según ellos era peligroso caminar sola a mi morada a media noche, aunque nuestras casas quedaran a unas cuantas cuadras. No me quejé mucho, agradecía cualquier tipo de compañía y retroceder en el tiempo resultaba melancólico. Mis padres no habían guardado todas mis cosas, sin embargo, los recuerdos aún permanecían aquí; bajo el techo estrellado de mi pieza. Me levanté somnolienta, sintiendo mi cuerpo pesado y adormilado. La casa estaba sumergida en la oscuridad y el único sonido provenía del gran reloj del salón que marcaba las tres de la madrugada. El típico tic-tac me hizo recordar al señor Mü
Era un error, lo sabía. Debería comportarme mejor, lo sabía. Debería respetar lo que le dije la última vez que lo vi, lo sabía. Debía de dejar de buscarlo, lo sabía. ¿Pero cómo le hacía comprender a mi cuerpo que nunca más volvería a sentir algo así? Y no, no me refería a sentimientos de amor ni nada de ello. Mi tortura era el imaginar no volver a sentir chispas por todo mi cuerpo, el sentir mi alma arder. Romperse en mil pedazos y bajar a lo más profundo de infierno cuando el orgasmo me abrace… Tenía miedo de no volverlo a sentir, algo dentro de mí me impulsaba a buscar esas emociones, sentía que las merecía que las necesitaba, era como una adictiva droga. Tal vez por eso, me sentía tan atraía al señor Müller, él a mis ojos resultaba peligrosamente prohibido, algo a lo que no debía acercarme, pero una parte pequeña mí, escondida en lo más profundo me impulsaba a hacerlo. —¿Por qué? —articuló la mujer con brusquedad, su
Müller se aclaró la garganta esbozando una larga y profunda risa, no era sarcástica, pero estaba llena de asombro. No entendía como las palabras tenían el poder de salir solas de mi boca, porque, si no tuviera esta fuerza, esta confianza dentro de mí, probablemente estaría aún dormida en la casa de mis padres. El que no arriesga no gana ¿no? —Me está dejando usted sin palabras —subí al segundo piso y sin pensarlo, comencé a rozar con la yema de mis dedos en los cuadros de la casa o con alguno que otro objeto con el que me encontrara. —Esa era la idea —volví a girarme y caminé hasta los escalones, sonreía de oreja a oreja y mis manos continuaban meneándose con exageración. —Vaya… —suspiró —entonces… ¿Quiere algún día venir a divertirse un poco? Cada fibra de mi cuerpo entró en caos, obligándome a sentarme en los escalones o de lo contrario podría desmayarme en cualquier momento. Esto era importante, no se trataba de cualquier decisión; si decía
Tomé una rápida ducha e inmediatamente me fui. Mi cabeza era un lío completo, eran apenas las cinco de la madrugada y continuaba dando vueltas a la conversación con el señor Müller, pero lo que no acaba de comprender era, ¿cómo es posible que quería, corrección, ansiaba el momento en el que él me preguntara que estaba usando?Obviamente no pensaba revelarle que el pijama que mi prima me prestó estaba desteñido, estaba dispuesta a decirle un par de mentiras piadosas con tal de tomar un poco de su leche.—Ay, Dios que estás pensando, Morgan —me increpé mentalmente, me costaba contener la pequeña risita que amenazaba con hacerme explotar. Ni siquiera me había maquillado, pero por el pequeño espejo del taxi pude observar el tono rojizo de mis mejillas.Me acomodé en el asiento del carro, hoy me sentía bien, poderosa y
Mis labios se acercaron a los suyos velozmente, no le había propiciado el tiempo suficiente para darse cuenta de lo que sucedía, pero por acto de reflejo este se alejó precipitadamente, permitiendo solamente que nuestras bocas se rozaran.Un pequeño rocé sin cosquilleo, ni electricidad. No había química, ni calor. No ocurría nada.—No —espetó el hombre con rapidez, alejándose de mí a una velocidad impresionante. A pesar de su piel oscura pude notar como se sonrojaba ¿avergonzado o furioso? No lo sabía—¿qué haces, Morgan?—Nada, solo fue un malentendido —le respondí vagamente. Estaba tan frenética que había olvidado por completo que estaba haciendo, empezaba a salirme de control.—nada, nada — subrayé — nada, nada ¿me llevas a casa, por favor?El sentimie
Ondas de electricidad recorrieron todo mi cuerpo, haciéndome sentir en una nube de espuma… mi cuerpo vibraba como nunca lo había hecho antes y mis piernas apenas podían sostener el peso de mi cuerpo. Las palabras se hallaban en la punta de mi lengua, pero no había forma de que estas pudieran salir. —¿Morgan? ¿Me escucha? —su voz sonaba todavía más ronca que en la madrugada, entorpeciéndome aún más. El sentimiento de culpa me ahogaba a su vez, pero en esta ocasión no pensaba acobardarme, estaba lista para tener una aventura y nunca más, hablar de esto… sería un secreto que me llevaría a la tumba. —Estoy lista, preparada para todo, señor Müller —hablé atropelladamente recordándome mentalmente que debía calmarme y respirar, pero otra cosa azotó mi cabeza “¿Y si se entera de que besé al policía?” ese sería mi fin o tal vez no… —Me alegra saberlo —rio suavemente — ¿ya tiene en mente que desea hacer? —al no recibir respuesta, él prosiguió —podemos ir a cenar,