Santiago esperaba impacientemente la llegada de Elizabeth al aeropuerto. «¡Qué lenta es esta mujer!», pensaba Santiago para sí mismo, sintiendo el estómago rugir de hambre. Decide aprovechar el tiempo y se dirige a una tienda cercana para comprar un jugo y unas galletas, esperando calmar su apetito voraz. Al salir de la tienda, ve a una Elizabeth visiblemente angustiada, buscando a su alrededor con expresión preocupada. Parece que, al no encontrarlo, ha perdido las esperanzas y se resigna a sentarse en una banca cercana. Santiago, decidido a sorprenderla, se acerca por detrás, cambiando su voz para hacerle una pequeña broma. — Señorita, ¿le interesaría comprarme una paleta? — le dice a Elizabeth, quien no se da la vuelta para verlo. — Ahora no, joven — responde ella con cierto tono de incomodidad—. No tengo dinero. — Pero tengo mucha hambre, no he comido en todo el día — insiste Santiago, jugando con ella. — Ya le dije que no, no traigo dinero — responde ella, un poco exaspera
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