La luz del foco de la entrada de su casa, fluctuaba aleatoriamente, formando dispersas sombras en su rostro. La brisa era tibia, pero a ella le parecía que el ambiente se tornaba sofocado. —Santiago....–sentía que su voz había bajado considerablemente. Sus manos depararon una en la otra, colocándolas por delante–¿Qué haces aquí? Menuda pregunta y menuda actitud. Sentía que temblaba como gelatina, los dedos pasaban nerviosamente entre sus nudillos. El corazón palpitaba lentamente, como si se hubiese precipitado sobre una extenuante carrera. Sonreía, o al menos intentaba hacerlo. Y por lo visto, el muchacho no se veía en condiciones más tranquilas que ella. —Yo...–comenzó a decir. No mostraba aquel tartamudeo estúpido, solo tenía la boca un poco seca. Culpa del calor, tal vez. Se aclaró la garganta—creo que deberíamos hablar. Bien, era hora de tomar al toro por los cuernos. Decir la verdad tenía sus ventajas y sus inconvenientes, sus pros y sus
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