—Seis por ciento…sorprendente --la voz de Fuku Franz se escuchaba reservada y circunspecta desde el otro lado de la línea telefónica—Eso es casi el doble del remanente del trimestre anterior. Buen trabajo, muchacho.
—Hmp..–Santiago simplemente asintió, más por reflejo que por otra cosa.
La llamada de su padre llegó de improviso justo en cuanto el había llegado a la oficina, siniestramente silencioso y con una expresión en el rostro que era mejor no mencionar, y literalmente se desplomó sobre la silla de ejecutivo.
La breve plática no distaba más allá de las preguntas de su padre respecto al porcentaje a la alza y a la baja de las acciones de la empresa, el saldo de salida y el cierre de cuentas que había quedado pendiente desde su partida. Santiago contestaba como si fuera un autómata, de haber estado de un humor diferente tal vez le hubiese mencionado el peculiar diálogo con Conni y preguntarle si sabía algo referente a su supuesta agencia. Pero no lo dijo,
—Te lo dije…– Shisar lo dijo tal cual, aun a riesgo de que su primo, en uno de sus arrebatos de ira incontenible al más puro estilo Franz, decidiese jugar tiro al blanco con el juego de abrecartas y los bolígrafos, usándolo a él como el objetivo de cien puntos.—Apégate a las leyes de la lógica. —Hmpt La luz mortecina se filtraba sobre el vidrio ahumado de la ventana de la oficina de Santiago. Éste yacía con la cabeza apoyada en la superficie de su escritorio, con el ánimo de un desahuciado y el rostro sumergido entre el mar de documentos y facturas. —Ni hablar…–exhaló Shisar.—Pero así son las cosas. Uno tiene que saber con quién si y con quien no. Se levantó, yendo hacia la mesita tipo pretil que estaba en uno de los rincones, junto al dispensador de agua. Tomó dos de los vasitos desechables de éste y volvió a sentarse, dejando uno de los vasos frente a Santino. El decadente Franz alcanzó a ver que su primo sacaba una discreta licorera del bol
Siete en punto. Imposible. No había sitio para él en su vida. Ella amaba a Luca, ésa era la única realidad. ¿Qué haría ahora? ¿Había trazado un plan o pensado en algo similar? Si, lo que quedaba ahora era…¿Seguir? Claro, seguir viviendo a pesar de las melladuras. Podría soportarlo una vez más, al igual que el fracaso con Hana. Podía volver a su casa, continuar con la maldita rutina y volver a verla probablemente. Ver a Diana allí, en el sofá de la casa y junto al bastardo de su hermano.. Porqué así debían ser las cosas, ¿verdad? No la necesitaba, no porque no la quisiera, sino porque no era ni sería nada suyo salvo la novia de su hermano menor y quizás si el destino era beneficioso para ella y devastador para él, algún día llegaría a ser su cuñada. Y si no la necesitaba y ya no le importaba, ¿Por qué demonios seguía taladrándole el alma? Tal vez Shisar hubi
Una parte consciente de Santino, hacía esfuerzos por recuperar la compostura. Inútiles esfuerzos, al fin y al cabo Sus caderas iniciaron un ritmo lento en el momento en que sintió una de las manos de Santiago recorrer parsimoniosamente su muslo derecho, separándolo con mesura y aproximando más su cuerpo. Un contacto demasiado íntimo a pesar de las intermediarias ropas. Una presión forzosa punzaba en su entrepierna, haciéndole sentir una molestia en sus pantalones. —Diana…—la voz grave de Santiago, ahora convertida en un jadeo ronco le hizo salir por completo de su embelesamiento.—...Hmmphh... Detente…antes de que algo más grande suceda Un ardor exuberante contenido en el más mínimo detalle de sus manos. Detente... El calor era sofocante. —Santiago... —La respiración se entrecortaba y el pulso era casi arrítmico—...no.
—Eh, jefe…¿Pasa algo?– Gio estrujó la lata de cerveza entre su mano derecha y la arrojó desmañadamente hacia uno de los rincones del cuartucho que ocupaba como habitación.—Llevas toda la mañana más callado que de costumbre —¿Acaso te importa? –Luca estaba sentado en una de las raídas sillas, con el respaldo inclinado contra la pared y los pies cruzados sobre la mesa. Dio el último sorbo a su tercera cerveza de la mañana. Gio frunció el seño y gruñó burdamente. —Perdóname la vida, s
—Está bien, no molestaré. Ahora baja eso que me pones nervioso –dijo volviendo al pasillo y cerrando la puerta con el pie, profiriendo una protesta—¡Qué amargado! Santiago le miró marcharse, dejó el abrecartas de nuevo en la gaveta y volvió a su estado de ensimismamiento absoluto. Por lo menos en esos escasos momentos de paz, como ese instante, podía permitirse volver a pensar en sus dilemas personales. Había estado cavilando casi toda la noche, recapitulando el asunto y acomodándolo de la manera en que podría ocurrírsele alguna alternativa; todo era referente a lo que harían Diana y él de ahora en adelante. La respuesta de ella resultaba más que obvia y él mismo no lo había negado en ningún instante. Tampoco lo expresó con las palabras exactas; decir un escueto "te amo" hubiera sonado demasiado pronto e impertinente. Eran palabras muy grandes. Seguir las cosas paso por paso era lo más lógico y eso, precisamente le conducía al mismo dilema; Luca había termina
—¿Así que ese es el tal Santigo? –profirió una voz desde el interior de un auto negro. Los vidrios ahumados sólo dejaban entrever unos cuantos atisbos de una cabellera rubia y el brillo de unas frías pupilas azules—No se ve que sea la gran cosa. Era la voz de un muchacho, cargada de un extraño y sutil acento sagaz e impertinente. Procedía del asiento interior del vehículo. —Para ti nada es gran cosa salvo esa bazofia que estallas y que llamas arte –espetó alguien desde el asiento del copiloto. Lo único visible era una mata de pelo rojo encendido y una expresión hastiada en un semblante de jóvenes facciones. —¡Ey, vuelve a llamar bazofia a mis esculturas y te haré ver a tus antepasados! ¡Artesano de segunda! —Lo que digas,niña…—el "pelirrojo" portaba unos binoculares, develándolos con sigilo a través de una de las rendijas de la ventanilla. No prestó atención a las amenazas del "chico" rubio. Su interés estaba concentrado en su
Números rojos. El término no estaba exagerado como lo supuso. Tecleó la clave por milésima vez desde las cuatro de la tarde, y ahora ya pasaban de las ocho de la noche. Índice de cuenta…Monto acumulado, todo igual a….CERO. M****a. Había sido la tarde más horrible que había tenido en mucho tiempo, satíricamente después del almuerzo más maravilloso de su vida. La vida era irónica y cruel. Números rojos, bancarrota, quiebra total. Esas palabras despertaron un temor antiguo y profundo en su ser; un sentimiento que hacía mucho que no se había permitido desde el día del accidente de su padre. Y ahora, en éste momento, anhelaba más que nunca retroceder en el tiempo y volver si pudiese al instante que había pasado con Diana, inclusive la corta despedida en la entrada de su casa. Tenía pris
La luz mortecina del interior del automóvil brillaba temiblemente en el reflejo de las pupilas de cuatro hombres totalmente desconocidos, ataviados con trajes negros.¿Qué demonios quieren de mi?La pregunta se formuló en la mente de Santino por décima vez, sin emerger de sus cuerdas vocales.No había sido el único en acallarse los comentarios, sino que sus inmisericordes acompañantes también permanecían en silencio, de un modo más amenazador que expectante. La velocidad del vehículo era moderada y debido a los vidrios polarizados, la vista hacia el exterior era completamente nula. Aun más en estas horas de la noche.El permanecía rígido en el asiento trasero. Su mirada, nerviosa y aturdida escrutaba a detalle lo más que podía el físico y los rasgos de aquellos sicarios.