El palacio de Zarathia estaba envuelto en un aire de incertidumbre. Las noticias del embarazo de Verónica habían sacudido los cimientos de la corte, y aunque todos pretendían felicitarla, las miradas eran más de sospecha que de alegría. En los aposentos privados de Kaelion, la tensión era palpable.Verónica sabía que tenía que actuar rápidamente. No podía permitir que las dudas de Kaelion se convirtieran en certezas. Se había preparado para este momento, ensayando cada palabra en su mente, cada gesto que podría convencer a Kaelion de que su hijo era, de hecho, suyo.Esa tarde, cuando la luz del sol se filtraba a través de las ventanas del gran salón, Verónica se acercó a Kaelion, quien estaba sentado en un sillón, con la mirada perdida en el vacío. Sus manos temblaban ligeramente mientras sostenía un vaso de vino, pero su mente estaba lejos de la bebida.“Kaelion,” comenzó Verónica, con una voz suave y casi suplicante, “necesitamos hablar.”Kaelion levantó la vista, sus ojos oscuros r
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