Realmente debía de sentirse como todo un hombre de las cavernas por estar llevando a rastras a una mujer, pero lo cierto era que, para Santiago, estaba bien. Siempre fue un hombre que se dejaba guiar por sus impulsos, como ahora que hacía caso omiso a las protestas de la fémina y la conducía por un desolado pasillo. Cruzó varías puertas hasta que llegó a la indicada.—Entra —demandó. Abrió la puerta y empujó, casi sin sutileza, a la mujer al interior de la habitación—. Aquí podremos hablar y aclarar todo este asunto de una buena vez.Cerró la puerta y, mirando como si fuese un depredador a la mujer que se hallaba con un semblante estupefacto, caminó, no, se paseó lentamente hacia ella.—¿Qué… se supone estamos haciendo aquí?Quiso reírse al notar los evidentes nervios de la fémina, no lo
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