LA CINTA Cuando el Chaure emitió su tétrico canto, alzó su mirada y la copa resbaló de su mano rompiéndose. Aterrorizado caminó hasta el columpio en el patio, que ya no sería mecido por la niña de la casa. Había sido un día inusualmente lluvioso, como aquel, de diez años atrás, cuando había maldecido porque su mujer había parido una niña en vez de un varón, la misma noche en que murió de cáncer su padre. Todo eso fue en el hospital general de Carúpano. Por un tiempo la aborreció y hoy la amaba tanto como a su vida. Era la niña de sus ojos y ahora estaba convaleciente, le decían de un mal. Quizás era su castigo por blasfemo. Así que le rogaba a los santos, a las tres divinas potencias, a la corte africana, a la corte india y a la corte vikinga para que le alejaran el daño y devolvieran la salud a su pequeña. Acababan de regresar del clínico universitario, donde los médicos, vistos los exámenes seriados no daban con la causa
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