Epílogo. Perséfone no se atreve a acercarse a su habitación. Se queda de pie frente a la puerta, dudosa, agudiza sus oídos para tratar de descifrar lo que está sucediendo dentro. Lo único que ha notado es la intensidad de los sonidos metálicos que resuenan, chocan. La escucha gruñir, frustrada y malhumorada. No sabe qué está haciendo y tampoco puede descifrarlo. No la ve desde aquel día gris, lo único que sabe es que ha estado encerrada y haciendo ruidos extraños en su habitación. Como si estuviera planificando algo que desconoce totalmente y que, de cierta forma, le eriza la piel de tan sólo pensarlo si se trata de ella. —¿Sigue sin poder ingresar a la habitación, señora? —se le acerca una de sus damas, preocupada. Perséfone niega con la cabeza, deseando que alguna vez pueda soltar una afirmación. Siempre le hacen esa pregunta y responde de manera negativa. —Esté lo que esté haciendo, seguro no es algo distinto a lo que estamo
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