Una noche de verano, el Barco Real donde viajaba el Príncipe Felipe III, acababa de sobrevivir una tremenda tormenta la noche anterior, y mostraba severos daños en su estructura. Pero ahora, las aguas eran calmas y la situación se había normalizado. Los supersticiosos marineros, unos diez hombres toscos, viejos y curtidos por el mar, se dedicaban a arduas faenas, entre las cuales estaba el pescar con red. En ésta inusual noche, pescaron algo milagroso, mágico y maravilloso. Se aproximaron por el enorme peso al subir la red. Y es que, entre los hilos de éste aditamento, se encontraba un cuerpo humano femenino. —Debe ser una pobre joven ahogada —adujo uno de los rudos marinos. Era una deducción lógica pues estaban a muchos kilómetros de tierra. Así que llevaron la red hasta la cubierta, y derramaron su contenido. Entre peces convulsivos y algas marinas
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