El tiempo pasó y la sirena en vez de lograr enamorar al príncipe solo lo aburría. Al principio era gracioso ver a una mujer sin pasado, sin voz y que no entendía nada, no sabía comer con cubiertos, no sabía vestirse, no sabía ni caminar. Se convirtió en la mascota de la realeza, cuidada por unos, siendo la burla de otros, pero manteniéndose siempre fiel y devota a su príncipe que no era capaz de verla de la forma que ella esperaba. El tiempo pasó y el príncipe terminó dejando atrás su sueño de encontrar a la sirena y se casó con otra mujer y no, no era la bruja. La bruja, aunque era vieja, aún conservaba su belleza y juventud, era parte de su naturaleza, pero aun así nunca estuvo en sus planes entrometerse en el camino de la sirena, ya suficiente había hecho. Ella no solo era poderosa, había vivido por años en el castillo donde estaba al resto de la nobleza, había sido escogida como la hechicera del rey por sus poderes que rebasaban al de cualquier otro en el reino y era sabia, era
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