Gregorio miró al frente, hizo un asentimiento con la cabeza y volvió a mirarme. Volteé y vi a Alejandro mirándonos. Se veía molesto.-Lo siento -dijo él-. No puedo, señorita López.-¿Qué... qué es eso de ? -pregunté-. ¿Mi hermano te ha prohibido hablar conmigo acaso?No respondió. Sólo me miraba... me miraba y me miraba. Cerró los ojos por unos segundos y, al abrirlos, asintió.-Debo salir -respondió a cambio-. De verdad lo siento, pero no podemos hablar. No insistas.Lo solté, asentí y me dirigí hacia mi hermano.-Eres un imbécil -él me miró estupefacto y, antes que dijera algo, añadí-. Ni tú ni nadie me va a prohibir hablar con quién yo quiera. Agradece que él tuvo el valor de salvarme. Sí no fuese sido por él, tu hermanita chiquita estuviera muerta -esa frase lo destrozó, lo vi en sus ojos pero no me importó, seguí reprochandole-. Pero, ¿es que acaso no tienes cerebro? Sí me hubiese dejado morir, lo matarías. Y, cómo me ha salvado, ¿le prohíbes hablarme? ¿Qué acaso
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