—¿Puedes parar con el acoso? —preguntó María, molesta, al guapo hombre que la había seguido todo el camino a su casa.—¿Y tú puedes parar con tu tonto orgullo? —cuestionó Marcos, mirando a la joven que, furiosa, le encaraba después de casi media hora de camino ignorándole.—Esto no es mi tonto orgullo, es el dolor de heridas reales —aseguró la joven un tanto ofendida porque el otro desestimara sus emociones y sentimientos.—María, no hagas como que no lo ves —pidió Marcos Durán en un todo suplicante—. Está tan claro que incluso yo lo noté. Cariño, si tú siguieras adolorida me evitarías a toda costa, pero la verdad es que estás disfrutando de la atención, por eso no me mandas al diablo de una vez por todas.—Marcos, te he mandado al diablo día con día, pero no te rindes —señaló la joven escritora—. Y, para ser sincera, ya me cansé de todo esto. ¿Qué es lo que pretendes en realidad? ¿Quieres que renuncie a mi actual empleo? No lo voy a hacer. Marcos, este es el trabajo de mis sueños, po
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