Ava sentía que estaba vomitando hasta sus entrañas. Cada vez que creía que ya estaba pasando, las arcadas volvían a comenzar. Había intentado respirar profundamente, pero no había hecho ninguna diferencia. Nunca se había sentido tan mal en toda su vida. Esta vez no estaba segura de que lo había provocado. Se había deshecho de varias cosas durante la semana. Cosas que con tan solo verlas, u olerlas, le causaban náuseas. Aunque nunca nada de eso la había puesto en el estado en el que se encontraba en ese momento. —¿Todo bien allí, cariño? —preguntó su madre tocando la puerta del baño. —Sí, ma. —Segura que no necesitas algo. —No, creo que ya estoy mejor. —Mason está aquí —le avisó. —Saldré pronto. Ava esperó un poco más para ver si las ganas de vomitar volvían, pero por fin parecían haberse detenido. Se puso de pie y se cepilló los dientes con rapidez. Levantó su camiseta y miró el reflejo de su barriga. Aunque el abultamiento aún no era muy notorio sabía que su hijo estaba
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