En una cabaña ubicada en un lugar remoto y rodeado por la naturaleza, el secreto de un hombre enamorado se ocultaba. Alejada del peligro, Sam habitaba allí hasta recibir nuevas instrucciones de parte de su amado, a quien no había visto por toda una semana. Aquella tarde soleada, ella buscó comida y decidió que el patio era un buen lugar para almorzar. Con la mirada perdida en el río, Sam rememoró aquel día cuando él la llevó allí por primera vez. Los ojos se le cristalizaron al extrañar sus caricias, esa mirada intensa que solo le regalaba a ella y los besos deliciosos que tanto le encantaban. Lo amaba, por tal razón era doloroso estar separada de él. Dado que no había recibido noticias acerca de él desde que huyó de la hacienda, una angustia tortuosa no la dejaba en paz, es por esto que ella decidió visitar a los señores que Arthur designó para que se hicieran cargo de asistirla en sus necesidades. —Hola, querida. —La señora Goodman la recibió con una sonrisa—. ¿Cómo está tu braz
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