—¿Está bien? —Samuel se colocó al lado de Jacqueline, quien estaba sentada en el comedor de la cocina. Nidia le pasó una taza de té para que se calmara, puesto que aún temblaba de la impresión. —Sí, gracias. Si ustedes no hubiesen llegado a tiempo... —Lágrimas cubrieron sus ojos. Samuel se acercó, dudó un poco, pero verla tan vulnerable lo conmovió. Entonces, se atrevió. Jacqueline agrandó los ojos al sentirse cubierta por los musculosos y firmes brazos del grandulón. Lloró sobre su pecho, su calidez le inspiraba confianza y por primera vez se sintió bien la protección de un hombre; tal vez no estaba mal dejarse cuidar de vez en cuando.Después de que todos salieron de la conmoción, frente a la puerta de madera, Samuel se debatía entre tocar o no. Quería verla, pero temía imp
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