—¡Maurice! —gruñía Christopher, a través del intercomunicador—, ¡Eres un maldito cabrón!La risa contagiosa se escuchó por todos los auriculares. Maurice había hecho una de sus jugadas maestras. Le había puesto el pie en la rueda trasera a Christopher en plena bajada de una de las montañas, haciéndolo salir despedido de la bicicleta, cayendo sobre un charco lodoso y apestoso.Peter sonreía, en extremo feliz, su familia, se estaba divirtiendo en lo grande, unos minutos antes había visto a María y Nikoleta compitiendo fuertemente. El certamen había dispuesto que sería por géneros, y él, ahora corría contra un Sebastián, que lo estaba mirando demasiado, y estaba previendo, que le harían una jugada, y de las sucias.Sebastián podía parecer un santo, pero de s
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