Ya pasaron casi dos semanas y por más que lo intente, no logro sacarme a Rafael de la cabeza. Absolutamente todo me recuerda a él, comenzando por el auto, cuyo asiento un par de días atrás le pertenecía y ahora ya no, sus ojos cafés a través del espejo retrovisor que me recuerdan la incontable cantidad de veces en las que lo espiaba desde el asiento trasero, hasta la alarma de todas las mañanas que antes era como un aviso de que el me esperaba abajo, vistiendo alguno de sus trajes que le quedaban tan bien que si me lo cruzara sin conocerlo ni saber sobre su vida, diría que habían sido diseñados perfectamente a su medida por un estilista de alta clase. Ahora cuando se hacen las ocho, aquella melodía parece más bien una tortura de la cual solo puedo escapar apagándola y levantándome, sabiendo que la persona que me abrirá la puerta del auto ni siquiera se as
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