- ¿Emily?
Vuelve a preguntar, llamando mi atención y es cuando recuerdo que no le he respondido. Meneo la cabeza, tratando de concentrarme.
Emily: Perdón, ¿qué dijiste?
Por primera vez lo observo con atención, ya que cuando lo vi estaba tan nerviosa que si alguien tratara de asustarme cuando abriera la puerta, ni lo notaría y este habría fracasado.
Tomás: Te pregunté qué hacías ahí (repite algo extrañado).
Emily: Nada, fui a tomar aire.
Tomás (mira detrás de mi): ¿A un garaje cerrado?
Emily: Ehh (miro a ambos lados)...si.
Se encoge de hombros, aunque no parece estar muy convencido.
Siempre tuve problemas a la hora de empacar o simplemente recoger cosas y acomodarlas en otro sitio. Me pareció frustrante y cansador. Lo más probable es que la causa de esto sea mi impaciencia. Ahora me muevo cinco veces más lento de lo normal, tratando de atrasar el tiempo o hacer que todo esto del viaje transcurra de la manera menos eficiente, como si pudiera escapar de los sermones que me esperan cuando todo se descubra.Estoy vaciando el último cajón de la cómoda cuando unos golpes en la puerta llegan a mis oídos.Emily: ¡Pasá!Escucho un breve rugido y pasos acercándose. Ruego que no sea él. Me alivia reconocer la voz de mi madre.Cathy: ¿Ya estás lista?Emily: Casi (contesto tirando dos prendas sobre la cama).<
Mamá se lleva las manos a la boca, mientras que los integrantes de la otra familia cuya hija se encuentra ausente solo emiten susurros. Mi padre permanece en la misma posición, atónito, con los ojos clavados en el interior del garaje donde se estacionan dos autos: uno azul y otro blanco. Cuando se voltea no sé qué expresión esperarme de su rostro. Al observarlo lo noto demasiado relajado, lo cual debo admitir que me inquieta aún más. Esto es todo lo contrario a lo que me esperaba. Toma aire y suspira, mirándome.Tomás: Bien. Te voy a preguntar una sola vez. ¿Dónde está el auto?Dice separando las palabras como si yo tuviera seis años y me enseñara las letras del abecedario. Siento la mirada de todos encima de mí, incluso las del tipo robusto y su fría esposa. Tantos ojos me incomodan.
- ¿Hola?Repite algo cortante del otro lado.Emily: Soy yo Rafael.Rafael: Ah, ¿llegaste?Emily: Si, acabo de entrar. ¿Dónde estás?Rafael: ¿Dónde voy a estar?Dice algo irónico y me siento estúpida al notar la incoherencia de mi pregunta.Emily: ¿Querés que vaya? Podría…Rafael (interrumpe): No (se escuchan voces del otro lado). No puedo hablar ahora, perdón.Corta sin que pueda siquiera contestarle.- Era muy feo ese chico.Samira: Ayy posta, que asco. ¿Y viste que...Unos golpes en la puerta la callan. Bufo y me bajo de la cama, encaminándome hacia la puerta
Si bien aún no llegamos a otoño, el poco viento que hay genera un ambiente gélido y poco caluroso, por lo que me pego más a su cuerpo y el no tarda en posar sus manos sobre mis mejillas al sentir que las mías hace rato se aferraron a su espalda y no piensan soltarla.No sé exactamente cuánto dura el beso, pero estoy segura de que "corto" no sería la palabra ideal para describirlo. Como siempre nuestros labios encajan y siguen un ritmo coordinado a la perfección.Emily: ¿Tenés que ir al hospital ahora?Pregunto acomodándole la tapa del bolsillo de la camisa cuadriculada que lleva puesta.Rafael (niega con la cabeza): Quería pasar la noche allá, pero, me dijeron que no tenía sentido.Emily: ¿Querés ver una película o alg
Se voltea y se acerca hasta quedar delante de mí, pegando su frente a la mía. Me mira por un par de segundos en los que sus ojos transmiten todo lo que su boca se niega a hacer y solo le basta con verme sonreír para volver a adueñarse de mis labios, esta vez con mayor ternura. Comienzo a dar pequeños pasos hacia atrás y siento un golpe desprevenido en las piernas. Él ríe en el medio del beso y supongo que me choque con el borde de la cama. Llevo una de mis manos hacia atrás, apoyándola sobre la superficie blanda de esta para luego dejar caer mi espalda ligeramente sobre el colchón.Y de un momento a otro Rafael ya se encuentra encima de mí, sosteniéndose con sus codos alrededor de mi cuerpo, sin desprender sus labios de los míos en ningún momento. Siento el contacto de sus manos por debajo de mi remera y t
Nada. Una tenue oscuridad que predomina en el aire, los enormes ventanales cuya altura llega hasta al techo que no podría tocar ni con esbeltas escaleras bajo mis pies y sus cortinas muy poco abiertas, proyectando extrañas formas geométricas en el suelo debido a la ausencia de luz eléctrica. Si no hubiese estado en el exterior, estando aquí dentro jamás sabría que es de día afuera. Doy un par de pasos al frente, comenzando a imaginar que la causa de esta tenebrosa escena es un corte de energía o algo semejante, cuando una de las lámparas que escoltan al sofá y los sillones se enciende, iluminando un poco más aquella zona con su luminiscencia anaranjada, producto de la pantalla de tela cálida que tapa la bombilla de luz. Entrecierro los ojos, extrañada y me aproximo más ha
Miro el reloj del pasillo y tardo varios segundos en lograr saber qué hora es. Nunca entendí el sentido o la utilidad de este tipo de relojes. No tienen ni un solo número y cuesta horrores descifrarlos. Aún falta para que sean las ocho y ya llevo un largo rato apoyada en la pared, dando golpecitos en el piso con la suela del zapato. Creo que mi hombro ya se acalambró por estar en la misma posición tanto tiempo. Por más que no quiera aceptarlo, el vendrá. Ya debe estar por llegar…por última vez.Suelto un suspiro y comienzo a recordar lo ocurrido ayer a esta misma hora, mientras mis ojos siguen clavados en las manijas del reloj.No sabría definir lo que recorre mis venas, decir si es miedo o solo ansiedad. El tono de mi padre no me agrada en absoluto. Hace rato descarté la idea de que todo esto tenga que ver con algo bueno o convenien
Ya pasaron casi dos semanas y por más que lo intente, no logro sacarme a Rafael de la cabeza. Absolutamente todo me recuerda a él, comenzando por el auto, cuyo asiento un par de días atrás le pertenecía y ahora ya no, sus ojos cafés a través del espejo retrovisor que me recuerdan la incontable cantidad de veces en las que lo espiaba desde el asiento trasero, hasta la alarma de todas las mañanas que antes era como un aviso de que el me esperaba abajo, vistiendo alguno de sus trajes que le quedaban tan bien que si me lo cruzara sin conocerlo ni saber sobre su vida, diría que habían sido diseñados perfectamente a su medida por un estilista de alta clase. Ahora cuando se hacen las ocho, aquella melodía parece más bien una tortura de la cual solo puedo escapar apagándola y levantándome, sabiendo que la persona que me abrirá la puerta del auto ni siquiera se as