"El esfuerzo la mayoría de las veces tiene una recompensa. Nosotros mismos decidimos si vale la pena luchar por ello o no." Alice tenía esa frase grabada en su cabeza desde hacía muchos años. Cada vez que sentía que no podía más o que estaba muy cansada para seguir intentándolo, repetía esas palabras una y otra vez hasta que recobraba el sentimiento de querer seguir hacia adelante. Ese mismo día se encontraba en una situación parecida, por eso mantenía en bucle esa frase en su mente. Realmente nada tenía sentido, o al menos esa era la sensación que podía percibir. ¿Luchar para que? ¿Sobrevivir? En los libros de clase no te explicaban que pasos eran los correctos para seguir en una situación como esa. Como el deporte, hasta que no lo practicas, no sabes si realmente eres capaz de dominarlo y hacerlo bien. ¿Pasa lo mismo con la capacidad de sobrevivir? Pero, ¿cómo la prácticas? Se supone que uno intenta vivir con la mayor facilidad posible, evitando en todo momento situaciones que pue
El túnel mediante el cual habían llegado entrando por la rendija parecía un extenso laberinto sin salida. Tampoco era muy cómodo moverse por ese terreno ya que tenían que ir agachados en todo momento para no golpearse la cabeza contra el techo. Habían avanzado, o eso pensaban, bastante. Por ese motivo no querían dar marcha atrás y, además, esa parecía ser su única salida. El problema era el sentimiento de confusión, de no saber exactamente a donde iban a llegar. Habían hecho caso a las palabras del misterioso hombre de la radio por pura desesperación de querer salir de ese sótano.Iban uno detrás de otro, con una separación de aproximadamente dos metros para no chocarse entre si. A medida que avanzaban el lugar se volvía más y más oscuro ya que no había ninguna ventana por la cual pudieran colarse algunos rayos de luz. La esperanza volvió a inundar sus cuerpos cuando de repente pudieron divisar a unos veinte metros una luz blanca de una procedencia que les resultaba totalmente desco
"Una niña pequeña bailaba al son de una canción alegre. No paraba de girar mientras sostenía con sus manos parte del vestido que llevaba. Le quedaba grande. Correteaba por la habitación cantando la melodía inventándose parte de la letra. Estaba feliz, le gustaba hacer eso todos los fines de semana. Tenía el pelo recogido pero mientras más se movía más se despeinaba. De pronto oyó su nombre. La estaban llamando para ir a merendar. Ese era otro de sus momentos favoritos del fin de semana. Bailar y merendar tortitas. Estaba feliz." Un pitido fuerte en la oreja hizo que volviese a recobrar el sentido. Le dolía todo el cuerpo y apenas tenía fuerzas para moverse. Miró hacia ambos lados como si buscase algo en concreto. Allí se encontraban los demás, intentando sacar fuerzas de donde no las había para intentar levantarse, al igual que ella. La cabeza le daba vueltas y se sentía un poco mareada, aunque era lo normal después de haberse desplomado en el suelo. De malas maneras consiguió levan
Habían pasado casi tres días desde aquella extraña llamada telefónica. Entre todos pensaron que lo más sensato era alejarse lo máximo posible de ese lugar y despistar a quien quisiera matarlos. Buscar un lugar que no fuese tan conocido. Durante todo ese tiempo estuvieron sacando conclusiones y teorías acerca de la razón de esa amenaza. Algunas eran más descabelladas mientras que otras tenían más sentido. Los cuatro llegaron a la misma idea: habían descubierto un lugar que no tenían que descubrir y ahora tenían que pagar las consecuencias. Aún seguían teniendo muchas preguntas, como por ejemplo quien era el hombre de la radio o quien los sacó de aquel descampado. Durante esos días habían caminado más que nunca, alejándose lo máximo posible de la ciudad y buscando cobijo en las afueras. De todas maneras nada los ataba ya a Seattle. En ese preciso instante se dirigían a Burien, una ciudad que se encontraba cerca de la que provenían. Caminaban por el lado derecho de una carretera, por do
El coche parecía que iba a la velocidad de la luz, saltándose todos los semáforos y señales de tráfico. Todos querían preguntar al chico quien era y porque les estaba ayudando, pero estaba tan ensimismado mirando a la carretera que tenían miedo de pronunciar cualquier palabra. Tuvieron suerte porque no les hizo falta empezar la conversación, ya lo iba a hacer el desconocido. Se presentó formalmente con el nombre de Lucca. Su acento no parecía ser americano, más bien italiano. Tenía el pelo de color castaño y tras unas gafas redondas con cristal negro se escondían unos ojos de color marrón. Parecía sacado de una boda porque traía un traje del mismo color que las gafas y una camisa blanca. Efectivamente, como intuía el grupo, no tenía más de veintidós años, en concreto tenía veinte. No era uno de los datos más importantes pero por alguna razón se sentía más cómodo coméntandolo. —Estoy muy seguro de que actualmente no os fiais de mi ni un pelo, aunque lo mismo podría decir yo de vosotro
DOS AÑOS ANTES, ALICE Al fin las clases de ese día habían acabado. Me sentía algo cansada tras haber hecho dos exámenes, uno de matemáticas y otro de inglés. Últimamente metían demasiada presión en el instituto y compaginar eso con los problemas que tenía en casa me resultaba muy tedioso. Tras despedirme de Janet, que tenía que irse por una calle paralela a la mía, saqué los auriculares de mi bolsillo y me dispuse a escuchar música. Ese día me apetecía poner Mac DeMarco. Estaba algo nerviosa, tenía miedo de llegar a casa y ver como a partir de ese momento mi mundo empezaría a desmoronarse. Tengo una relación especialmente buena con mis padres, pero siempre fui más cercana a mi padre. Cuando mi madre no se encontraba muy bien mentalmente por culpa del trabajo, mi padre siempre estuvo apoyándola y, a la vez, cuidándome para que yo tuviese una infancia lo más feliz posible. Nos gustaba pasar mucho tiempo juntos, sobre todo los fines de semana que era cuando el no trabajaba y yo no tení
Llevaban unos días bastante ajetreados. Tras salir corriendo de aquella cabaña habían montado en el coche emprendiendo rumbo hacia las afueras de la ciudad. Luca consiguió convencerlos de que la idea de quedarse en ese sitio era descabellada y que lo único que conseguían era ponerse en peligro. Lo cierto es que él tenía toda la razón del mundo. Habían pasado cuarenta y ocho horas desde que salieron de Burien. Se encontraban a bastantes kilómetros de esa cabaña extraña en la que por culpa del colchón del sofá cama y el estrés habían conseguido un dolor de cabeza que no podían aliviar porque carecían de alguna pastilla. Durante esos dos días habían estado en varios lugares. Todos ellos fueron elegidos por Luca porque según él eran lo suficientemente seguros como para poder permanecer allí al menos durante una semana, pero cuando caía la noche cambiaba drásticamente de opinión y exigía que tenían que volver a marcharse. El grupo se estaba volviendo loco con tantos cambios de planes, pe
—Que bonito es Leavenworth y, a pesar de no tener muchos habitantes parece muy animado. — dijo Alice mientras seguía caminando junto al resto del grupo. —Sí, se respira tranquilidad, algo de lo que al menos yo carezco durante estos últimos días. — añadió Luca. Hacía muchos días que no caminaban con tanta calma. Desde que comenzó el terremoto en Seattle sus vidas habían sufrido algo devastador, perder casi todo lo que tenían. Sin embargo, como Leavenworth estaba lejos de la costa y, había tenido suerte de que el terremoto ni siquiera pasase por sus terrenos, los habitantes seguían tranquilamente con sus vidas, enterándose de los problemas del resto del mundo gracias a los canales informativos de la televisión y radio. Tras la intensa conversación que habían mantenido el día anterior, decidieron que era buena idea olvidarse de todo al menos durante unas horas y disfrutar de los preciosos paisajes que les brindaba la ciudad en la que se encontraban. A Alice le empezó a doler un poco l